El estudio de uno mismo es extremadamente difícil, porque uno es muy complejo. Usted debe tener una paciencia inmensa; no una apática aceptación de las cosas, sino una capacidad alerta y pasiva par la observación y el estudio. Es muy difícil objetivar lo que uno es subjetivamente, internamente. Casi todos nos encontramos en medio de un torbellino de actividades, confundidos y errantes en lo interno, desgarrados por múltiples deseos, negando y afirmando. ¿Cómo puede ser estudiada y comprendida esta máquina enormemente compleja? Una máquina que se está moviendo muy rápidamente, girando a una enorme velocidad, no puede ser estudiada en detalle. Sólo cuando es posible disminuir su velocidad, puede uno empezar a estudiarla. Si uno puede disminuir la velocidad de su pensamiento-sentimiento , sólo entonces es capaz de observarlo, así como en una película pueden estudiar el movimiento de un caballo mientras corre o salta una valla. Si detenemos la máquina no podemos comprenderla, porque entonces tan sólo se convierte en una cosa muerta; y si anda demasiado rápido, no podemos seguir su movimiento. Para examinarla en detalle, para comprenderla a fondo, debe moverse lentamente, girar con suavidad. Exactamente así debe trabajar la mente para que pueda seguir cada movimiento del pensar y del sentir. A fin de observarse sin fricción alguna, la mente debe aminorar su ritmo. Limitarse a controlar el pensamiento-sentimiento, aplicarle un freno, es desperdiciar la energía indispensable que se requiere para comprenderlo; en tal caso, la mente se interesa más en controlar, dominar, que en considerar a fondo, en percibir y comprender cada pensamiento-sentimiento.
¿Ha intentado usted alguna vez examinar de ese modo cada pensamiento-sentimiento? ¡Cuán extremadamente difícil resulta! Porque la mente divaga de un lado a otro, ningún pensamiento, ningún sentimiento, se completan jamás. Revolotean de un tema a otro, como esclavos arreados de acá para allá. Si la mente misma no puede aminorar su ritmo, es imposible descubrir la implicación, el significado interno de sus pensamientos y sentimientos. Controlar sus divagaciones es tornarla estrecha y mezquina; entonces, el pensamiento-sentimiento se derrocha en refrenar y restringir, antes que en estudiar, examinar y comprender. La mente tiene que aminorar, pues, su propio ritmo. ¿Cómo ha de hacerlo? Si se fuerza para tornarse lenta, da origen a la oposición, la cuál crea más conflicto y ulteriores complicaciones. Cualquier clase de compulsión anulará su esfuerzo. Es extremadamente difícil estar alerta a cada pensamiento-sentimiento; reconocerse lo que es trivial y desasirse de ello, darse cuenta de lo significativo y seguirlo de manera penetrante y profunda, requiere tenacidad y una concentración amplia y extensa.
Me gustaría sugerir un modo, pero no lo conviertan en un sistema rígido y cerrado, en una técnica tiránica o en el método único; no hagan de ello una rutina aburrida, un deber fastidioso. Sabemos cómo llevar un diario personal, anotando por la noche todos los acontecimientos ocurridos durante el día. No sugiero que debamos llevar un diario retrospectivo, sino que traten de anotar, toda vez que tengan un poco de tiempo, cada pensamiento-sentimiento. Si lo intentan verán lo extremadamente difícil que es aún esto. Cuando se ponen a escribir, sólo pueden asentar en el papel uno o dos pensamientos, porque el pensar es demasiado rápido, inconexo y errante. Y como no pueden anotarlo todo, descubrirán al cabo de un rato que otra capa de la conciencia está tomando nota. Cuando nuevamente tengan tiempo libre para escribir, todos esos pensamientos-sentimientos a los cuales no han prestado atención consciente serán recordados. Así, al final del día, habrán anotado la mayor cantidad posible de sus pensamientos y sentimientos. Desde luego, sólo aquellos que son serios harán esto. Al terminar el día, miren lo que han anotado en su transcurso. Este estudio es un arte, porque de él surge la comprensión. Lo importante, antes que el mero escribir, es el modo como estudian lo que han escrito.
Si adoptan una actitud de oposición a lo que han escrito, no lo comprenderán. Es decir, si aceptan o niegan, si juzgan o comparan, no captarán la significación de todo lo escrito, porque la identificación impide que florezca el pensamiento-sentimiento. Pero si examinan lo escrito suspendiendo todo juicio al respecto, ello revelará sus contenidos internos. Es extremadamente difícil examinar con percepción alerta y sin opciones, sin temer ni privilegiar cosa alguna. Así que aprendan a aminorar el ritmo de sus pensamientos y sentimientos, pero también y ello tiene enorme importancia- a observar con tolerante imparcialidad cada pensamiento, cada sentimiento, a observarlos sin juicios, sin censuras que desnaturalizan lo que uno observa. De todo esto adviene una profunda comprensión que es cultivada no sólo durante las horas de vigilia sino mientras duermen. Encontrarán que de ello surge la sencillez y la integridad.
Serán capaces, entonces, de seguir cada movimiento del pensar y sentir. Porque esto involucra no sólo la comprensión de la capa superficial de la conciencia, sino también la de sus numerosas capas ocultas. Así, gracias a la constante percepción alerta, existe un conocimiento más amplio y profundo de nosotros mismos. Ésta es una obra de muchos volúmenes; en su comienzo está su final. No podemos pasar por alto ni un solo párrafo, ni una sola página, en nuestro codicioso afán de llegar rápidamente al final. Por que la sabiduría no se compra con la moneda de la codicia de la impaciencia. Llega a medida que leemos diligentemente el libro del conocimiento propio, o sea, lo que somos de instante en instante, no en un momento determinado particular. Esto significa, por cierto, un trabajo incesante, un estado de alerta que no sólo es pasivo sino de permanente investigación sin la codicia de un objetivo final. Esta pasividad es en sí misma, activa. Con la quietud de la mente advienen la suprema sabiduría y la bienaventuranza.
Krishnamurti
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